No me gustaba dormir. Hubiera sido feliz de no haber tenido esa necesidad que me hacía tumbarme, mantenerme inmóvil, cerrar la boca, entornar los ojos y soportar el sinvivir en la oscuridad de cada día. Desde hacía un tiempo, moría de noche y soñaba de día. Me alejaba de su dormitorio, salía silenciosa, me tumbaba en un rincón y descansaba acurrucada, con un ojo abierto, por si venía a por mí... y vino. Gritaba amor con cara de odio, mientras me arrastraba de nuevo a aquel lugar: el dormitorio. Esta vez al fin dormí...en sus brazos no, en sus manos. Al día siguiente no volví a soñar.
Maite Etxeberria Ziritza
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